¡Buenos días!
C'est fini, como dicen los franceses; això es tot, allá en el noreste de la península; o "sansacabó", por aquí por mi tierra. Qué cantidad de sensaciones al bajar al valle del Ebro por la zona de Tudela, cruzar el Duero cerca de Soria, el Tajo a cuatro pasos de Monfragüe y el Guadiana con la vista del emeritense acueducto de los Milagros como espectador. Pero sobre todo atravesar el Río Grande, como lo denominaban los árabes (Wadi al-Kabir) por el Puente del Quinto Centenario bajo la atenta mirada de una iluminada Giralda. El culmen, sim embargo, se produjo al final de la travesía. Tres meses después, imposible describir lo que siento al aproximarme a la bahía gaditana, abrir las ventanas del coche y sentir el embriagador aroma a mar, a océano, tan típico de mi tierra. Ya estoy en casa. Home sweet home, como dicen esos isleños del norte.
Por seguir la tradición, voy a comentar algo de mis últimos tres días de viaje. Como escribí en el anterior post, tuve ocasión de hospedarme en Pamplona en casa de mis familiares navarros, y departir un poco con mis primos de allá que hacía años que no veía. De cañas con Guille por la mañana y copichuelas con Fermín por la noche, aunque también tuve tiempo de darme una vueltecita por la ciudad por la mañana y visitar lugares de la ciudad que me encantan. Poca cosa más, que ayer tocaba ponerse en carretera de nuevo.
El próximo destino era Madrid, donde había quedado con mi amigo Juanma Priego, para pasar un día en la ciudad, descansar y poco e irnos los dos juntos para Cádiz. Sin embargo, a mitad de camino hice una parada en un pueblo perdido de la meseta llamado Garray, junto a Soria, para comer y hacer, como no podía ser de otra manera, una visitilla cultural a un lugar que llevaba años queriendo ir. Seguramente si hablo de Garray no suene absolutamente de nada, pero si digo que a 500 metros del pueblo comienzan las ruinas de una antigua ciudad celtíbera llamada Numancia, la cosa cambie. El poblado arévaco de Numancia, que mantuvo en jaque a Roma durante 20 años a medidados del siglo II A.C., se encuentra en lo alto de un cerro rodeado por los ríos Duero y su afluente Merdancho. Al fondo, la inmensidad de la meseta al sur y al oeste, los Picos de Urbión al norte y el Moncayo al este. Increíble panorama, ya no sólo por su nivel histórico, sino paisajístico. Del poblado celtíbero apenas se conserva nada, ya que los numantinos prefirieron suicidarse y meterle fuego a su ciudad antes que entregársela a Escipión tras más de un año de asedio. De la posterior ciudad romana, ciudad de tercer orden levantada sobre la anterior, apenas un puñado de casas simples y alguna que otra domus sencilla, pero muy interesantes para comprender la vida de los antiguos habitantes de esta zona del páramo castellano. Lo mejor de todo es que tuve ocasión de realizar la visita con el co-director del parque arqueológico numantino, y claro, me puse las botas. Con la tontería, dos horas dando vueltas por el lugar y discutiendo acerca de Roma, el mundo celtíbero, las últimas necrópolis arévacas excavadas o el clima soriano. Muy interesante.
Tras esta visita relámpago a Numacia, dos horas y media más de coche y llegada al barrio de Aluche, en Madrid. Tiempo justo de dejar las cosas, irme de cena con los amigos de mi amigo Juanma y tomar unas copitas. Y el día siguiente, como manda la tradición, huevos rotos de Casa Lucio, en pleno corazón de la Cava Baja madrileña, y cafelito en una terracita de La Latina. Pero antes tuve ocasión de echarle un vistazo a otro lugar madrileño que llevaba años queriendo ir y no había tenido ocasión. Me refiero a los restos de las murallas islámicas de Madrid localizadas en la Cuesta del Cristo de la Vega, bajo el ábside de la Catedral de la Almudena. Así que nada, como dejé el coche junto al Puente de Segovia y me cogía de camino al corazón del Madrid de los Austrias, aproveché para escudriñar estos lienzos y deleitarme un poco con el aparejo a base de sogas y tizones dispuestas de manera irregular tan típico de la época emiral. Primer retazo de arquitectura musulmana que he visto en los últimos tres meses. ¡Cómo se echa de menos!
Seis o siete horas después, tras una parada junto a Mérida para descansar y otra en el Cuadrejón para disfrutar de la primera Cruzcampo de los últimos meses, llegada a la Tacita de Plata. Qué felicidad al levantarme esta mañana, abrir la ventana del salón y contemplar el inmenso océano perdiéndose en el infinito. Definitivamente estoy en casa, siento por fin que el viaje ha concluido.
Éste será mi penúltimo post. Tengo la intención de escribir otro más en los próximos días, donde intentaré comentar cosas prácticas de mi travesía y jugar un poco con los números de la misma, que creo puede ser interesante. Hasta entonces a pasarlo bien que, como dicen el refrán, hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Y además de verdad. ¡Merry Christmas!
C'est fini, como dicen los franceses; això es tot, allá en el noreste de la península; o "sansacabó", por aquí por mi tierra. Qué cantidad de sensaciones al bajar al valle del Ebro por la zona de Tudela, cruzar el Duero cerca de Soria, el Tajo a cuatro pasos de Monfragüe y el Guadiana con la vista del emeritense acueducto de los Milagros como espectador. Pero sobre todo atravesar el Río Grande, como lo denominaban los árabes (Wadi al-Kabir) por el Puente del Quinto Centenario bajo la atenta mirada de una iluminada Giralda. El culmen, sim embargo, se produjo al final de la travesía. Tres meses después, imposible describir lo que siento al aproximarme a la bahía gaditana, abrir las ventanas del coche y sentir el embriagador aroma a mar, a océano, tan típico de mi tierra. Ya estoy en casa. Home sweet home, como dicen esos isleños del norte.
Por seguir la tradición, voy a comentar algo de mis últimos tres días de viaje. Como escribí en el anterior post, tuve ocasión de hospedarme en Pamplona en casa de mis familiares navarros, y departir un poco con mis primos de allá que hacía años que no veía. De cañas con Guille por la mañana y copichuelas con Fermín por la noche, aunque también tuve tiempo de darme una vueltecita por la ciudad por la mañana y visitar lugares de la ciudad que me encantan. Poca cosa más, que ayer tocaba ponerse en carretera de nuevo.
Río Arga desde las murallas, Pamplona |
Corral de Santo Domingo, de donde salen los toros de los encierros de San Fermín, Pamplona |
Escudo Imperial de Carlos I en el Portal de Zumalacárregui, Pamplona |
El próximo destino era Madrid, donde había quedado con mi amigo Juanma Priego, para pasar un día en la ciudad, descansar y poco e irnos los dos juntos para Cádiz. Sin embargo, a mitad de camino hice una parada en un pueblo perdido de la meseta llamado Garray, junto a Soria, para comer y hacer, como no podía ser de otra manera, una visitilla cultural a un lugar que llevaba años queriendo ir. Seguramente si hablo de Garray no suene absolutamente de nada, pero si digo que a 500 metros del pueblo comienzan las ruinas de una antigua ciudad celtíbera llamada Numancia, la cosa cambie. El poblado arévaco de Numancia, que mantuvo en jaque a Roma durante 20 años a medidados del siglo II A.C., se encuentra en lo alto de un cerro rodeado por los ríos Duero y su afluente Merdancho. Al fondo, la inmensidad de la meseta al sur y al oeste, los Picos de Urbión al norte y el Moncayo al este. Increíble panorama, ya no sólo por su nivel histórico, sino paisajístico. Del poblado celtíbero apenas se conserva nada, ya que los numantinos prefirieron suicidarse y meterle fuego a su ciudad antes que entregársela a Escipión tras más de un año de asedio. De la posterior ciudad romana, ciudad de tercer orden levantada sobre la anterior, apenas un puñado de casas simples y alguna que otra domus sencilla, pero muy interesantes para comprender la vida de los antiguos habitantes de esta zona del páramo castellano. Lo mejor de todo es que tuve ocasión de realizar la visita con el co-director del parque arqueológico numantino, y claro, me puse las botas. Con la tontería, dos horas dando vueltas por el lugar y discutiendo acerca de Roma, el mundo celtíbero, las últimas necrópolis arévacas excavadas o el clima soriano. Muy interesante.
La meseta y el Moncayo al fondo, Garray |
Río Duero a su paso por el pueblo y bajo el cerro de Numancia con los Picos de Urbión al fondo, Garray |
Finca de los Marichalar, lugar donde Froilán se pegó un tiro en el pie, bajo la cara sur del cerro de Numancia, Garray |
Ladera del cerro de Numancia, Garray |
Muralla celtíbera de Numancia reconstruida, Garray |
Vista del área excavada de la ciudad de Numancia, Garray |
Calle romana de Numancia, Garray |
Restos de Domus romana en Numancia, Garray |
Atardecer en Numancia, Garray |
Atardecer en Numancia, Garray |
Tras esta visita relámpago a Numacia, dos horas y media más de coche y llegada al barrio de Aluche, en Madrid. Tiempo justo de dejar las cosas, irme de cena con los amigos de mi amigo Juanma y tomar unas copitas. Y el día siguiente, como manda la tradición, huevos rotos de Casa Lucio, en pleno corazón de la Cava Baja madrileña, y cafelito en una terracita de La Latina. Pero antes tuve ocasión de echarle un vistazo a otro lugar madrileño que llevaba años queriendo ir y no había tenido ocasión. Me refiero a los restos de las murallas islámicas de Madrid localizadas en la Cuesta del Cristo de la Vega, bajo el ábside de la Catedral de la Almudena. Así que nada, como dejé el coche junto al Puente de Segovia y me cogía de camino al corazón del Madrid de los Austrias, aproveché para escudriñar estos lienzos y deleitarme un poco con el aparejo a base de sogas y tizones dispuestas de manera irregular tan típico de la época emiral. Primer retazo de arquitectura musulmana que he visto en los últimos tres meses. ¡Cómo se echa de menos!
Lienzo de muralla emiral, siglo IX, Madrid |
Torre de época emiral, siglo IX, Madrid |
Vista de las murallas del Cristo de la Vega y Catedral de la Almudena, Madrid |
Seis o siete horas después, tras una parada junto a Mérida para descansar y otra en el Cuadrejón para disfrutar de la primera Cruzcampo de los últimos meses, llegada a la Tacita de Plata. Qué felicidad al levantarme esta mañana, abrir la ventana del salón y contemplar el inmenso océano perdiéndose en el infinito. Definitivamente estoy en casa, siento por fin que el viaje ha concluido.
Paseo marítimo, Cádiz |
Éste será mi penúltimo post. Tengo la intención de escribir otro más en los próximos días, donde intentaré comentar cosas prácticas de mi travesía y jugar un poco con los números de la misma, que creo puede ser interesante. Hasta entonces a pasarlo bien que, como dicen el refrán, hoy es Nochebuena y mañana Navidad. Y además de verdad. ¡Merry Christmas!
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