¡Buenas noches!
Por fin me encuentro en territorio alemán. ¡Vaya odisea de viaje! Dos horas y picos de embarque, veintidós de trayecto y una más esperando para que me dejaran sacar el coche del barco; total, que se me ha hecho una auténtica eternidad. Menos mal que el crucero ofrecía comodidades: enchufes para artilugios electrónicos varios, que me han servido para verme cuatro películas completas y pasarme el Max Payne del iPad; un restaurante, un par de bares y una tienda donde se podía husmear para entretenerse. Pero, sobre todo, lo que ha sido un auténtico espectáculo eran las discusiones en las que se enfrascaban los camioneros rusos, polacos, lituanos y alemanes cuando llevaban un par de cervezas en el cuerpo. Vaya acaloramiento, pero claro, es que no había otra forma de divertirse y matar el tiempo. Porque quitando a un par de parejas, a un matrimonio con niños, a pocos más y a un servidor, el resto de los embarcados eran profesionales del transporte por carretera. Normal, quién si no va a ir de Lituania a Alemania en barco en noviembre. Ahora, eso sí, viajar en esta época del año tiene sus ventajas. Al menos, la sala de los asientos estaba casi vacía, por lo que pude agarrar tres o cuatro para tenderme y poder dormitar durante la noche. Que, aunque se descansara mal, es de agradecer hacerlo en horizontal.
Pero no todo lo relacionado con viajar por mar es desagradable. Del olor a mar, embriagador, es imposible cansarse. El atardecer en el báltico, espectacular, apenas pudo competir con el amanecer a nivel paisajístico. Pero, sobre todo, la entrada en el fiordo de Kiel, mi destino; llena de bosques, zonas residenciales e industriales. Como otras muchas ciudades costeras del norte de Alemania, Kiel se sitúa sobre el estuario de un río que, debido a la acción geológica fruto de las glaciaciones, se ha convertido en un fiordo. La ciudad, hoy en día, es uno de los principales puertos comerciales de Alemania, por no decir el mayor de toda la zona oriental del país. Bienvenido a Alemania, pues.
Una vez desembarcado, no tuve tiempo de hacer turismo por la ciudad (por lo visto poco hay que ver, de todas formas), sino que me dirigí a la estación a recoger a Katrin, una amiga alemana a quién conocí este verano en Cádiz (fue compañera de piso de mi amigo Nandi) y que había pasado el fin de semana en Kiel para celebrar un cumpleaños junto a unos amigos. Así que nada, después de un día entero languideciendo en el barco, un par de horas más de conducción hasta Rostock, que aunque ella es originaria de la cuenca del Ruhr (oeste de Alemania) estudia en dicha ciudad. Un par de días de turismo y relax, para recuperarse de la paliza marítima. Que, como bien es sabido, cansa bastante no hacer nada.
Por otro lado, esta mañana hemos aprovechado para hacer un poco de turismo por Rostock. La ciudad me ha sorprendido un poco y me ha dejado un buen sabor de boca. La verdad, yo esperaba una típica ciudad industrial y portuaria y la impresión ha sido algo diferente, ya que el casco histórico (a orillas de un río a unos kilómetros de la desembocadura, como en Ryga) es muy bonito y coqueto. En la ciudad, que fue un miembro importante de la Liga Hanseática durante la Baja Edad Media, se conservan varios edificios históricos muy cuidados, unas calles comerciales elegantes, un par de plazas dignas de tomarse un café en ellas, dos o tres iglesias góticas muy notables y esbeltas y numerosas casas de diferentes épocas pero armoniosas entre sí. Por no hablar del circuito amurallado, donde todavía se yerguen varios lienzos de la muralla medieval y tres o cuatro torres de diferente cronología, construidas o ampliamente reformadas entre los siglos XIV y XVIII. En resumen, una mañana de turismo cultural muy agradable y amena.
Pero no sólo hemos estado en el casco histórico de Rostock. Katrin me ha llevado a almorzar y a tomar un café a Warnemünde, un distrito de la ciudad situado unos siete u ocho kilómetros del centro. Este lugar, idílico, se caracteriza por ser un enclave turístico de veraneo de primer orden a orillas del Mar Báltico. Casas señoriales y muy bonitas, una playa de fina y blanca arena repleta de dunas, un antiguo pueblecito de pescadores reconvertido hoy a paseo marítimo y edificios comerciales. Según Katrin, un sitio pijo de veraneo de las clases altas alemanas, sobre todo berlinesas, ya que es la playa más cercana a la capital alemana. A mí me da un aire un poco a Brighton, en Inglaterra. O a la zona costera de San Sebastián, salvando las distancias. De todas formas, hay que tener ganas de comprarse una casa ahí, porque no veas como pegaba en la cara el vientecito que venía del Mar Báltico. Siete grados centígrados pero una sensación térmica de menos siete. En fin, todo no se puede tener, qué más quisieran esta gente seis meses de verano como hay en mi tierra. Y qué más quisieran en mi tierra menos de un diez por ciento de paro como tienen en la región. Nunca llueve a gusto de todos.
Mañana, por fin, rumbo hacia el sur, camino del corazón de Alemania. Se acabó el Mar Báltico, o al menos ese es el plan, aunque luego nunca se sabe. ¡Guten nacht!
Por fin me encuentro en territorio alemán. ¡Vaya odisea de viaje! Dos horas y picos de embarque, veintidós de trayecto y una más esperando para que me dejaran sacar el coche del barco; total, que se me ha hecho una auténtica eternidad. Menos mal que el crucero ofrecía comodidades: enchufes para artilugios electrónicos varios, que me han servido para verme cuatro películas completas y pasarme el Max Payne del iPad; un restaurante, un par de bares y una tienda donde se podía husmear para entretenerse. Pero, sobre todo, lo que ha sido un auténtico espectáculo eran las discusiones en las que se enfrascaban los camioneros rusos, polacos, lituanos y alemanes cuando llevaban un par de cervezas en el cuerpo. Vaya acaloramiento, pero claro, es que no había otra forma de divertirse y matar el tiempo. Porque quitando a un par de parejas, a un matrimonio con niños, a pocos más y a un servidor, el resto de los embarcados eran profesionales del transporte por carretera. Normal, quién si no va a ir de Lituania a Alemania en barco en noviembre. Ahora, eso sí, viajar en esta época del año tiene sus ventajas. Al menos, la sala de los asientos estaba casi vacía, por lo que pude agarrar tres o cuatro para tenderme y poder dormitar durante la noche. Que, aunque se descansara mal, es de agradecer hacerlo en horizontal.
Pero no todo lo relacionado con viajar por mar es desagradable. Del olor a mar, embriagador, es imposible cansarse. El atardecer en el báltico, espectacular, apenas pudo competir con el amanecer a nivel paisajístico. Pero, sobre todo, la entrada en el fiordo de Kiel, mi destino; llena de bosques, zonas residenciales e industriales. Como otras muchas ciudades costeras del norte de Alemania, Kiel se sitúa sobre el estuario de un río que, debido a la acción geológica fruto de las glaciaciones, se ha convertido en un fiordo. La ciudad, hoy en día, es uno de los principales puertos comerciales de Alemania, por no decir el mayor de toda la zona oriental del país. Bienvenido a Alemania, pues.
Cola del crucero lleno de camiones, Kiel |
Helipuerto en cubierta superior del crucero, Kiel |
Faro en el fiordo de Kiel, Kiel |
Costa del fiordo de Kiel, Kiel |
Vista de la ciudad desde el barco, Kiel |
Puerto de contenedores de la ciudad, Kiel |
Una vez desembarcado, no tuve tiempo de hacer turismo por la ciudad (por lo visto poco hay que ver, de todas formas), sino que me dirigí a la estación a recoger a Katrin, una amiga alemana a quién conocí este verano en Cádiz (fue compañera de piso de mi amigo Nandi) y que había pasado el fin de semana en Kiel para celebrar un cumpleaños junto a unos amigos. Así que nada, después de un día entero languideciendo en el barco, un par de horas más de conducción hasta Rostock, que aunque ella es originaria de la cuenca del Ruhr (oeste de Alemania) estudia en dicha ciudad. Un par de días de turismo y relax, para recuperarse de la paliza marítima. Que, como bien es sabido, cansa bastante no hacer nada.
Por otro lado, esta mañana hemos aprovechado para hacer un poco de turismo por Rostock. La ciudad me ha sorprendido un poco y me ha dejado un buen sabor de boca. La verdad, yo esperaba una típica ciudad industrial y portuaria y la impresión ha sido algo diferente, ya que el casco histórico (a orillas de un río a unos kilómetros de la desembocadura, como en Ryga) es muy bonito y coqueto. En la ciudad, que fue un miembro importante de la Liga Hanseática durante la Baja Edad Media, se conservan varios edificios históricos muy cuidados, unas calles comerciales elegantes, un par de plazas dignas de tomarse un café en ellas, dos o tres iglesias góticas muy notables y esbeltas y numerosas casas de diferentes épocas pero armoniosas entre sí. Por no hablar del circuito amurallado, donde todavía se yerguen varios lienzos de la muralla medieval y tres o cuatro torres de diferente cronología, construidas o ampliamente reformadas entre los siglos XIV y XVIII. En resumen, una mañana de turismo cultural muy agradable y amena.
Edificio neoclásico de la universidad, Rostock |
Biblioteca de la ciudad (edificio gótico), Rostock |
Calle principal del casco histórico, Rostock |
Relieve en la Casa de la Moneda (artesano acuñando las mismas), Rostock |
Casa de la moneda (arquitectura típica), Rostock |
Avenida con tranvía en el casco histórico, Rostock |
Calle que baja al puerto en el casco histórico, Rostock |
Alter Markt, Rostock |
Neuer Markt, Rostock |
Casas y puestos navideños en Neuer Markt, Rostock |
Rathaus, Rostock |
Calle principal del casco histórico, Rostock |
Kloster z Hl. Kreuz, Rostock |
Marienkirche, Rostock |
Marienkirche, Rostock |
Petrikirche, Rostock |
Nikolakirche, Rostock |
Torre y muralla medieval, Rostock |
Kuhtor, Rostock |
Steintor y edificio neogótico, Rostock |
Steintor, Rostock |
Mönchentor, Rostock |
Pero no sólo hemos estado en el casco histórico de Rostock. Katrin me ha llevado a almorzar y a tomar un café a Warnemünde, un distrito de la ciudad situado unos siete u ocho kilómetros del centro. Este lugar, idílico, se caracteriza por ser un enclave turístico de veraneo de primer orden a orillas del Mar Báltico. Casas señoriales y muy bonitas, una playa de fina y blanca arena repleta de dunas, un antiguo pueblecito de pescadores reconvertido hoy a paseo marítimo y edificios comerciales. Según Katrin, un sitio pijo de veraneo de las clases altas alemanas, sobre todo berlinesas, ya que es la playa más cercana a la capital alemana. A mí me da un aire un poco a Brighton, en Inglaterra. O a la zona costera de San Sebastián, salvando las distancias. De todas formas, hay que tener ganas de comprarse una casa ahí, porque no veas como pegaba en la cara el vientecito que venía del Mar Báltico. Siete grados centígrados pero una sensación térmica de menos siete. En fin, todo no se puede tener, qué más quisieran esta gente seis meses de verano como hay en mi tierra. Y qué más quisieran en mi tierra menos de un diez por ciento de paro como tienen en la región. Nunca llueve a gusto de todos.
Playa, Warnemünde |
Playa, Warnemünde |
Playa, Warnemünde |
Barco en el paseo marítimo, Warnemünde |
Barcos en el paseo marítimo, Warnemünde |
Paseo marítimo, Warnemünde |
Paseo marítimo, Warnemünde |
Paseo marítimo, Warnemünde |
Casas de veraneo, Warnemünde |
Mañana, por fin, rumbo hacia el sur, camino del corazón de Alemania. Se acabó el Mar Báltico, o al menos ese es el plan, aunque luego nunca se sabe. ¡Guten nacht!
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